Mi pasión por el mundo ecuestre tiene raíces profundas en mi infancia.
Mis abuelos tenían un caballo negro que trabajaba en el molino que poseían. La relación entre ellos era tan estrecha y sincera que el caballo, al escuchar o sentir a mi abuelo cerca, relinchaba y hacía todo lo posible por correr hacia él y estar a su lado. Siento que esta conexión con los caballos está inscrita en el ADN de mi familia.
Desde muy joven, con mi primer caballo, descubrí que nuestra comunicación iba mucho más allá de los estímulos físicos como los talones, las piernas, los hombros o las caderas; nos comunicábamos telepáticamente, a través de imágenes mentales, intenciones y deseos. Era una conexión natural y fácil, maravillosamente fluida.
Esta revelación cambió por completo mi enfoque en la equitación y el cuidado de los caballos.
Con mi segundo caballo, confirmé que mi conexión con él iba más allá de lo estrictamente deportivo o como hobby. Era algo energético y espiritual. Podía sentir su sed en mis labios y saborear la hierba fresca que deseaba. Conocía sus deseos porque él me los comunicaba a través de imágenes y sensaciones. Me enseñó que la energía crea y genera el movimiento más puro, sutil y suave, sin necesidad de fuerza o contacto físico.
Creo que la comunidad ecuestre puede aprender mucho de estas experiencias. Los caballos nos enseñan que debemos "permitir ser para poder hacer".
A menudo, se escucha poco a los caballos, como si no tuvieran nada que decir o enseñarnos, como si fueran seres débiles sin criterio ni sabiduría. Este paternalismo impide que escuchemos su enorme saber. Deberíamos vivir y trabajar en un punto medio, respetando no solo el talento de los caballos sino también su deseo de ejercitarlo a su manera o incluso de no hacerlo. Esto podría llevar a una conexión mucho más profunda y a binomios auténticos, donde el bienestar emocional de los caballos, hacer lo que les hace sentir bien y cómodos, es de vital importancia.
En lo que respecta a mi caballo especial, nuestra historia parece una bellísima conspiración del universo.
Nos encontramos por primera vez en una feria del caballo, nos miramos y nos reconocimos. Meses después, nos volvimos a encontrar por casualidad en otro punto geográfico; él relinchó al verme, y yo fui hacia él sin poder creer lo que veía. Nos reconocimos de nuevo y nos fuimos juntos a casa, donde hemos pasado 24 años juntos.
Este caballo me ha enseñado todo sobre la libertad, el amor y el perdón. Me ayudó a aceptar y creer en mis percepciones empáticas y a vivir, potenciar y no esconder la conexión de Ser a Ser. Compartimos la afición de mirar al cielo y seguir aviones con la mirada, avisándonos mutuamente cuando veíamos alguno. Me enseñó que las creencias que tenemos sobre los caballos a menudo los encasillan y no nos permiten conocerlos auténticamente. Si pudiera, viviría otra vida con él, sabiendo todo lo que sé ahora, para devolverle por triplicado todo lo que él me dio y seguir compartiendo más sabiduría, alegría, curiosidad y juego.
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